Graciela García Romero fue convertida en esclava sexual por un jefe militar de la última dictadura argentina. En una muestra inaugurada el jueves, su testimonio se suma al de otras mujeres que se convirtieron en botín de guerra para sus captores en uno de los mayores centros clandestinos de detención del país.
La exposición “Ser mujeres en la ESMA, testimonio para volver a mirar” exhibe las declaraciones que 28 secuestradas en la Escuela de Mecánica de la Armada han brindado ante la justicia dando cuenta de los ultrajes sufridos durante el régimen militar (1976-1983). Sus dichos cobran renovado interés en el marco del activo movimiento en contra de la violencia de género de este país.
García Romero, de 69 años, acudió a la inauguración de la muestra en el mismo edificio donde funcionó la ESMA, que ahora es museo para no olvidar las violaciones a los derechos humanos. La mujer explicó a The Associated Press que el excapitán de fragata Jorge Acosta –uno de los que decidía quién debía morir en ese centro– fue quien abusó de ella entre 1976 y 1978.
Por aquel entonces ella tenía poco más de 20 años y era sacada de ese centro de detención ilegal y torturas y llevada a departamentos en la ciudad de Buenos Aires para ser sometida. “Me dejaban todo el fin de semana hasta que llegaba Acosta… luego me traían de vuelta acá, a los grilletes, las esposas y la capucha (en la cabeza)”, narró.
Acosta, exjefe de tareas del Grupo de Inteligencia 3.3.2 de la ESMA, fue condenado a fines de 2017 a prisión perpetua por múltiples violaciones a los derechos humanos durante el tercer juicio que abordó los crímenes de lesa humanidad cometidos en ese lugar.
La exposición que reúne los testimonios judiciales de García Romero y otras víctimas revisa el funcionamiento del centro por donde pasaron como prisioneros más de 5.000 hombres y mujeres a partir de la perspectiva de género, una dimensión que hasta ahora estaba ausente en la exhibición permanente del museo.
Alejandra Naftal, directora del Museo Sitio de Memoria ESMA, señaló a la AP que cuando este último abrió en 2015 “empezamos a ser interpelados por mujeres y jóvenes diciéndonos que habíamos olvidado la perspectiva de género para narrar los hechos que ocurrieron”.
Por esa razón, las autoridades del museo investigaron qué pasó con las mujeres en su condición de detenidas desparecidas. Se percataron de que, durante el cautiverio, la violencia no sólo se ejerció contra las secuestradas por su condición de militantes políticas o miembros de organizaciones revolucionarias, sino también y de forma específica porque eran mujeres.