Si en el futuro existiera una nave que pudiera viajar a esa velocidad, las condiciones medioambientales del espacio serían grandes factores a tomar en cuenta.
En el maravilloso caso en que lográramos construir prototipos de nave capaces de moverse a la velocidad de la luz (300 mil kilómetros por segundo), y reunir la suficiente cantidad de energía necesaria para propulsarse, el trayecto no sería tan agradable.
Si bien la densidad de partículas es muy baja en el espacio, a gran velocidad, los pocos átomos de hidrógeno por centímetro cúbico incidirían contra la proa del vehículo con una aceleración similar a la que se alcanza en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), adquiriendo así una energía de 10.000 sievert por segundo. Teniendo en cuenta que la dosis mortal para un ser humano es de unos 6 sievert, este haz de radiación dañaría la nave y destruiría todo rastro de vida en su interior.
De acuerdo a un artículo de la revista Muy Interesante, ningún blindaje frontal sería capaz de librarnos de la radiación ionizante. Además del hidrógeno atómico, la nave tendría que resistir la erosión del polvo interestelar, lo cual causaría que la estructura quedara pulverizada.
La radiación cósmica es, por tanto, un obstáculo insalvable para los viajes a la velocidad de la luz, que, de ser superado en un futuro lejano, nos permitiría asistir al espectáculo más increíble de nuestra vida. A dicha velocidad, el tiempo se dilataría y envejeceríamos más despacio (los astronautas de la ISS envejecen 0.007 segundos menos cada 6 meses que la gente en la Tierra) y nuestro campo de visión se curvaría como si de un túnel se tratara, y avanzaríamos hacia un destello de luz blanca, sin rastro de estrellas, mientras dejamos atrás la más absoluta oscuridad.
Foto: Captura de video