La llamada Cava de San Miguel, una vía que discurre en paralelo con el lado Oeste de la Plaza Mayor de Madrid, desemboca en la calle de Cuchilleros, que debe su nombre al gremio que se estableció en ella en el siglo XVII. Abundaban entonces las tiendas de espaderos y cuchilleros, estratégicamente ubicadas por la proximidad con la Casa de la Carnicería, el depósito de carnes que abastecía los mercados de la villa en aquel tiempo. En la calle Cuchilleros debía de ser frecuente el sonido metálico de las hojas de las espadas, el chirrío de los afiladores y el ruido de los cascos de los caballos sobre el suelo empedrado.
A esta zona de la capital de España se le conoce como ‘el Madrid de los Austrias’ y corresponde al primitivo trazado medieval de la ciudad y a la expansión urbanística impulsada posteriormente por los monarcas Carlos I y Felipe II, miembros de la dinastía Habsburgo, conocida como Casa de Austria, reinante en la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII.
Esos grupos de turistas se detienen invariablemente frente a la puerta del Restaurante Sobrino de Botín, en el número 17 de la calle, porque en ese punto hay un par de cosas que contar.
Para empezar, se trata ni más ni menos que del restaurante más antiguo del mundo, tal como acredita el famoso Libro Guinness de los Récords: esta antigua casa de comidas funciona de manera ininterrumpida al menos desde 1725, año en que el cocinero francés, Jean Botin, afincado en España junto a su esposa de origen asturiano, la abrió como una posada, con el nombre de Casa Botin. En ella ofrecía habitaciones para el descanso de los viajeros y una cocina en la que preparaba únicamente las viandas que estos trajeran consigo, ya que una ley de la época prohibía la venta de comidas en los establecimientos de hospedaje.
Tras su fallecimiento, el establecimiento fue heredado por Cándido Remis, un sobrino de la esposa de Botin, y así quedó reflejado en el nombre que el restaurante conserva actualmente.
El restaurante ofrece cinco salones distribuidos en cuatro plantas, en los que es posible dejarse transportar al pasado a través de su peculiar arquitectura y de los elementos tradicionales y a menudo rústicos que componen su decoración.
Las especialidades en la carta del restaurante son, sin ninguna duda, los corderos y los cochinillos asados. Pero también hay interesantes propuestas de pescado: Antonio González recomienda especialmente los chipirones en su tinta y, sobre todo, la merluza al horno, que preparan aquí en base a una receta de su bisabuelo Emilio.
En el antiguo horno del local asan diariamente medio centenar de cochinillos, que llegan a la cocina recién sacrificados, tras menos de 3 semanas de vida y con unos cuatro kilos de peso.