El ser humano, que alguna vez se encontró en movimiento constante cuando era cazador y recolector, ahora se mueve cada vez menos. En un principio, esta tendencia se vio como progreso: transferirles nuestro trabajo pesado y peligroso a los animales, y luego a las máquinas, permitió que cada vez más personas vivieran más tiempo. Hasta hace poco, en la década de los cincuenta, los médicos aún consideraban que el ejercicio era peligroso para las personas mayores de 40 años; para las enfermedades cardíacas, que en ese entonces eran la principal causa de muerte en Estados Unidos, los médicos recetaban descanso absoluto.
Esto se sustentaba en parte en su concepto de lo que era el “ejercicio”: los primeros fisiólogos realizaron estudios en sus alumnos de licenciatura (por lo general hombres jóvenes) o en soldados y, para estar más en forma de lo que ya estaban, estos sujetos tenían que entrenar arduamente. “El mantra decía que tenías que ir a un gimnasio y hacer actividad física de alta intensidad”, comentó Abby C. King, profesora de Medicina, así como de Investigación y Políticas de la Salud en la Universidad de Stanford: “El fenómeno de ‘el que quiera azul celeste que le cueste'”.
No hay evidencia de que los pasos sean mejores para la salud que otros tipos de actividad de intensidad ligera; simplemente son un movimiento que las personas realizan con frecuencia y que también son detectables. Sin embargo, estas mismas cualidades los hacen tener una relevancia única para los investigadores: ya que hay muchas personas que pueden contar sus pasos con facilidad, es importante comprender su efecto en la salud.
En mayo, Lee y sus colegas publicaron en JAMA Internal Medicine uno de los primeros estudios que analizó la relación entre los pasos y la mortalidad, inspirado en parte en una competencia de ejercicio de su oficina en la que había participado y que se realizó por medio de dispositivos Fitbit. Se dio cuenta de que muchos de sus colegas se sintieron desalentados por la popular meta de diez mil pasos, pero descubrió que esa cifra muy probablemente provenga de la palabra que se usa para designar a los podómetros que se venden en Japón desde la década de los sesenta, manpokei, que significa “medidor de diez mil pasos”, una cifra que aparentemente se eligió porque el ideograma japonés que la representa parece una figura humana caminando. Lee se preguntó cuántos pasos debe dar una persona realmente para notar los beneficios en su salud.
Para descubrirlo, reclutó a más de dieciséis mil mujeres voluntarias con una edad promedio de 72 años, para que llevaran consigo acelerómetros durante el día a lo largo de una semana. Luego se reunió con ellas al cabo de cuatro años aproximadamente para ver si seguían vivas. Descubrió que aumentar el número de pasos promedio incluso en una cantidad pequeña reducía el riesgo de mortalidad y también descubrió que entre las mujeres de mayor edad en su estudio, esos beneficios se estancaban en aproximadamente 7500 pasos diarios. Las mujeres menos activas promediaron una cantidad de 2700 pasos diarios; quienes superaron ese promedio por solo 1.700 pasos (una diferencia de 1,6 kilómetros) tenían un 41 por ciento menos probabilidades de fallecer por cualquier causa.
El estudio de Lee contó los pasos por minuto y descubrió que lo importante era solo la cantidad total de pasos y no la rapidez con la que las mujeres caminaban, pero los dispositivos aún no pueden calcular cuántos pasos se dan por minuto. “Una de las grandes interrogantes es: ¿cada paso cuenta?”, afirmó David Bassett, uno de los coautores del estudio de Lee y profesor de Fisiología del Ejercicio en la Universidad de Tennessee. “¿Es relevante que camines de forma continua a cierta velocidad? O, ¿acaso esos pasos intermitentes que acumulas cuando estás barriendo la cocina, preparando la comida o tendiendo la cama también cuentan para producir beneficios en la salud?”.
Podemos imaginar un día en el que los médicos puedan recetar una “dosis” óptima diaria de pasos para cada paciente, que entonces podría medir su progreso en tiempo real. Sin embargo, aunque pudiera hacerlo, no queda claro qué tan valiosos son los pasos en comparación con otros movimientos. Por ejemplo, enfocarse en los pasos podría significar que tanto los investigadores como las personas descartan actividades que son igualmente valiosas, pero más difíciles de medir, como el entrenamiento de fuerza. Kathleen Janz, profesora de Salud y Fisiología Humana en la Universidad de Iowa, afirmó que en lo que respecta a poder registrar cuánta fuerza muscular acumulativa has utilizado en un día cualquiera, al levantar a un niño pequeño o una bolsa del supermercado, “no hay una aplicación que mida eso”.
Suponiendo que un dispositivo pudiera diferenciar los movimientos más sutiles, seguiría sin poder explicar su impacto en la salud. La omnipresencia de los celulares y los dispositivos ponibles para contar pasos ha ofrecido a los investigadores acceso a información anónima acerca de la conducta de millones de personas que usan la tecnología “en estado salvaje”, dijo King. No obstante, aunque la cantidad y la diversidad de esos sujetos pueden revelar patrones que antes eran demasiado sutiles para notarlos (ella y los coautores reportaron en la revista Nature en 2017 que la facilidad para desplazarse caminando dentro de una ciudad tiene un impacto mayor en la actividad física de las mujeres que de los hombres), la sola objetividad de los dispositivos evita que revelen información subjetiva que podría ser importante. Un contador de pasos no puede detectar el contexto en el que se dan esos pasos (de paseo con un amigo o corriendo para alcanzar el subterráneo), lo cual, creen los investigadores, también podría tener un impacto benéfico en la salud.
El contexto también es fundamental para comprender por qué se mueven las personas; los contadores de pasos por sí solos no pueden revelar si poder contarlos de verdad motiva o desmotiva a las personas a hacerlo con más frecuencia. La motivación, que es única de cada persona, podría ser el aspecto de la actividad física más importante de descifrar y el menos posible de cuantificar. “Las personas que son muy inactivas se benefician de hacer solo un poco más de ejercicio”, comentó Powell. “Ese ha sido un mensaje difícil de comprender para ellas, pues les gustaría saber qué tanto”.