La victoria de Assad no estaba en duda en unas elecciones en las que según las autoridades 18 millones de personas podían acudir a las urnas. Pero en el país, destruido por 10 años de conflicto, no hubo votación en las zonas controladas por los rebeldes o por fuerzas militares encabezadas por los curdos.
Al menos 8 millones de personas, en su mayoría desplazados, viven en las zonas conflictivas en el noroeste y noreste de Siria. Más de 5 millones de refugiados, cuya mayoría vive en países vecinos, se han abstenido de votar en gran medida.
Funcionarios de Estados Unidos y Europa también han cuestionado la legitimidad de los comicios y afirman que el proceso electoral infringió las resoluciones de la ONU para resolver el conflicto, careció de supervisión internacional y no fue representativo de todos los sirios.
El presidente del parlamento sirio, Hammoud Sabbagh, anunció los resultados definitivos de la votración del miércoles. Dijo que Assad obtuvo 95,1% de los sufragios. La afluencia de electores alcanzó 78,6%, según las autoridades. Los comicios duraron 17 horas y carecieron de observadores independientes.
Assad enfrentó el antagonismo simbólico de dos candidatos: un exministro y una otrora figura de la oposición.
Assad logró su victoria en medio de la destrucción en la que se encuentra el país a causa del conflicto. La lucha ha disminuido de intensidad pero la guerra no ha terminado. La crisis económica empeora en Siria, donde más de 80% de la población vive abajo de la línea de la pobreza y la moneda local está en caída libre.
Las elecciones difícilmente impulsarán algún cambio mínimo en las condiciones de Siria. Aunque Assad y sus aliados, Rusia e Irán, podrían buscar un nuevo sello de legitimidad para el presidente que ocupa el cargo desde 2000, su reelección podría profundizar las diferencias con Occidente, acercándolo más a Moscú e Irán, así como a Beijing.