La playa de Odesa, con su arena blanca, está habitualmente abarrotada en verano, pero desde los bombardeos de Rusia contra este gran puerto ucraniano del mar Negro, los veraneantes escasean.
“Hay menos gente por las explosiones, los ataques y los misiles”, explica Artiom, de 15 años, que trabaja en un bar junto a la playa.
Antes de la guerra, las playas del sur de Ucrania estaban abarrotadas en temporada alta. Allí se bebía y bailaba hasta el amanecer.
Tras la invasión rusa, Ucrania minó su litoral, impidiendo así su acceso.
Otro desastre, ocurrido en junio, fue el derrumbe de la represa hidroeléctrica de Kajovka en el río Dniéper, que inundó la costa con aguas residuales, minas y animales ahogados.
Y hace dos semanas, Rusia se rompió de un acuerdo que permitió la exportación de cereales ucranianos, incluso desde Odesa, puerto que bombardeó varias noches seguidas.
Tras la ruptura de la represa de Kajovka, por la que Moscú y Kiev se echan la culpa, “no vino nadie durante dos semanas. Mucha gente tiene miedo de la contaminación del agua”.
“Odio”
Tras la destrucción de la represa de Kajovka se llevó a cabo una limpieza a fondo y se mostró bañarse en las playas protegidas por redes. Carteles informativos muestran fotografías de minas navales y aconsejan sobre qué hacer si se encuentra una.
Esta última volvió a Odesa después de pasar un tiempo en Barcelona, cuando comenzó la invasión, y no se arrepiente de haber vuelto pese a los recientes ataques que tuvieron lugar cerca de su casa.
La catedral de la Transfiguración, gravemente dañada el domingo, se encuentra a “500 metros de mi casa. Pero no siento miedo, solo odio”, prosigue.
Cerca de la playa se encuentra el puerto, cuyas instalaciones cerealeras también se vieron afectadas.
Artiom, un joven de 17 años originario del este de Ucrania, cuenta que es la primera vez que viene a la playa de Odesa. “Está bien, pero hay misiles volando por aquí”, ironiza.
Este futuro estudiante de derecho huyó con su familia de Bajmut, ciudad devastada por los combates. No sabe si su casa sigue en pie. Desde entonces ha vivido en varias ciudades, pero no habia tenido tiempo de ir a la playa.
“Hay que ir, porque sino uno puede volverse realmente loco”, afirma.
En el delfinario cercano, unos 60 padres y niños asisten a un espectáculo. Un delfín colorea la bandera ucraniana amarilla y azul con marcadores en la boca, despertando una salva de aplausos.
Según el director, Volodimir Muntiane, antes de la rusa invasión, la sala de 900 plazas generalmente se llenaba. “Desafortunadamente el número de visitantes está disminuyendo”, explica este hombre de 52 años.
“Debido a la falta de turistas y también porque gran parte de los habitantes de Odesa huyó”, detalla.
El delfinario no ha cerrado sus puertas desde que comenzó la guerra en febrero de 2022 y ha acogido a delfines de otros establecimientos del este de Ucrania.