Un año después de convertirse de facto en líder vitalicio de China, Xi Jinping parece asentado en el cargo pese a la débil economía, a una guerra comercial con Estados Unidos y a los rumores de descontento por su concentración de poder.
Como presidente del país y del gobernante Partido Comunista, Xi tiene más autoridad que cualquier otro líder desde Deng Xiaoping en la década de 1980 y ocupa un lugar destacado en la sesión legislativa que comienza el martes.
Desde que asumió el mando del partido en 2012, Xi ha eliminado a facciones rivales, desmembró a la sociedad civil y puso a la formación bajo su firme control con una campaña anticorrupción y con la apertura de comités del partido en empresas privadas y empresas extranjeras.
Sin embargo, con los años de bonanza económica ya en el pasado y los gobiernos locales sumidos en deudas, el horizonte sigue plagado de desafíos.
“Las fuentes globales de turbulencias y riesgos se han incrementado y el ambiente externo es complicado y sombrío”, dijo Xi a las autoridades en un discurso el mes pasado.
Se espera que la sesión legislativa de este año arroje menos novedades que la del año pasado, cuando la propuesta de Xi de enmendar la Constitución para eliminar los límites a los mandatos en la presidencia le abrió camino para mantenerse como jefe el Estado el tiempo que quiera.
La iniciativa revirtió una tendencia hacia una mayor limitación del poder y anunció la disposición de Xi a cambiar las débiles reglas y estructuras que el partido había institucionalizado en las últimas décadas.