La risa, esa expresión universal que implica movimientos en la cara y cambios en la respiración, es normalmente símbolo de alegría, aunque también se usa como gesto social, de burla o incluso puede fingirse a deseo… o venir provocada porque alguien nos haga cosquillas.
Una de las formas de clasificar la risa depende de su intencionalidad. Encontramos que existe un tipo de risa, llamémosla “natural”, que es involuntaria y que viene mediada por las emociones, y otro tipo de risa que suele denominarse “fingida”, que es de carácter voluntario, es decir, producida intencionadamente por la persona.
Es interesante conocer que las investigaciones científicas señalan que ambos tipos de risa parecen depender de circuitos distintos en el cerebro. Así, mientras que en la risa involuntaria juegan un papel importante estructuras como la amígdala, el tálamo y el hipotálamo, en la risa controlada las zonas premotoras de la corteza cerebral frontal participarían de forma más preponderante.
Los beneficios de la risa a nivel fisiológico y psicológico han sido descritos frecuentemente. A nivel fisiológico se produce una relajación muscular, aumenta la saturación de oxígeno, disminuye la presión arterial, mejora el funcionamiento de los vasos sanguíneos, hace que gastemos energía, estimula nuestro sistema inmune, facilita la producción de endorfinas (unas sustancias químicas asociadas al bienestar), e incluso puede ayudar a disminuir el dolor.
Pero también tiene importantísimos beneficios psicológicos. La risa ayuda a modular la respuesta de estrés, ya que favorece el establecimiento de estados emocionales positivos y disminuye los niveles de cortisol (la hormona del estrés). También provoca la mejora de la creatividad y la memoria a través de una mayor secreción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, ejerciendo incluso como antidepresivo natural.