Cuando el presidente Donald Trump se sentó a conversar con el presidente salvadoreño Nayib Bukele en la ciudad de Nueva York el miércoles, quizá el dirigente estadounidense se haya visto reflejado en cierta forma en su homólogo centroamericano.
Ambos han querido proyectar su imagen como iconoclastas, prestos a cambiar las convenciones políticas. También comparten su afición por las redes sociales: igual que le sucede a Trump, los críticos de Bukele lo acusan de gobernar a través de tuits.
Ahora, han decidido trabajar al unísono para promover una de las principales prioridades del presidente estadounidense. Bukele tomó recientemente una serie de decisiones sobre política pública que respaldan las acciones del gobierno de Trump con miras a reducir la migración ilícita a Estados Unidos.
El miércoles, otro país centroamericano expresó su apoyo a las políticas más severas del gobierno de Trump en materia de migración. Honduras firmó con ese gobierno un convenio cuyo objetivo es impedir que los solicitantes de asilo que atraviesen la región puedan entrar a Estados Unidos. El acuerdo se suma a otros similares que ese país suscribió con El Salvador y Guatemala.
La cooperación de Bukele con el gobierno de Trump en cuestiones de control migratorio forma parte de un plan más amplio del mandatario salvadoreño para mejorar las relaciones con Estados Unidos, el mayor socio comercial de El Salvador y hogar de más de 1,4 millones de inmigrantes salvadoreños.
Por supuesto, El Salvador también espera mucho a cambio: entre otras cosas, Bukele espera que el gobierno de Trump promueva inversiones en El Salvador y le dé continuidad al programa humanitario que protege a casi 200.000 salvadoreños radicados en Estados Unidos.
“En mi opinión, lo que ha cambiado en realidad es que la intención es tratar a Estados Unidos como un verdadero socio”, comentó Cynthia J. Arnson, directora del Programa para América Latina del Centro Wilson en Washington. “Para El Salvador es sumamente importante mantener una relación positiva con Estados Unidos”.
Tras la breve reunión del miércoles por la tarde entre los dos presidentes, ambos dialogaron con la prensa, aunque se concretaron a expresar elogios mutuos y no respondieron preguntas.
“Para nosotros, Estados Unidos no es solo un socio y un aliado, también es un amigo”, afirmó Bukele, de 38 años, quien vestía de traje pero, como es su costumbre, sin corbata. “Esperamos que esta reunión ayude a fortalecer la relación aún más, y creo que así será porque, como ustedes saben, el presidente Trump es simpático y ‘cool’, y yo también soy simpático y ‘cool’. Los dos usamos mucho Twitter, así que, claro, nos llevaremos bien”.
Se trató de la primera reunión bilateral entre ambos jefes de Estado desde que Bukele asumió el poder en junio.
Bukele, empresario y exalcalde de la capital del país, San Salvador, desde su elección en febrero ha intentado reposicionar a El Salvador frente al gobierno de Trump. Rechazó la decisión de su predecesor de aprobar la conducta de los caudillos socialistas de la región, ha hecho todo lo posible para presentar a su país como un lugar ventajoso para la inversión estadounidense y ha intentado poner distancia entre su nación y Guatemala y Honduras, dos vecinos conflictivos con quienes muchas veces se asocia a El Salvador.
Más que nada, según los analistas, se ha mostrado muy diligente para captar la atención de Trump y se ha abstenido de criticar al gobierno de ese presidente.
Ana Quintana, analista sénior de políticas en el grupo de expertos de tendencia conservadora Heritage Foundation, con sede en Washington, señaló que durante las dos presidencias anteriores de El Salvador, “en realidad no había un sentido de alianza en los altos mandos, la relación era muy tensa. Él de verdad ha logrado cambiar eso, y Estados Unidos ha correspondido”.
El gobierno de Bukele informó que los presidentes hablaron acerca de migración, seguridad y oportunidades de inversión en El Salvador, incluido el desarrollo del sector turismo. También dialogaron acerca del destino de los salvadoreños que han vivido en Estados Unidos amparados por el programa humanitario conocido como Estatus de Protección Temporal (TPS, por su sigla en inglés).
El viernes pasado, sus gobiernos suscribieron un acuerdo que permitirá que Estados Unidos envíe de regreso a El Salvador a solicitantes de asilo que hayan cruzado ese país en su trayecto hacia la frontera estadounidense. El gobierno de Trump, como parte de su campaña para reducir la inmigración ilícita y disminuir la presión que agobia al sistema estadounidense de asilo, ha hecho todo lo posible para convencer a algunos países latinoamericanos de firmar este tipo de pactos.
El gobierno de Honduras es el ejemplo más reciente, pues suscribió un convenio similar el miércoles. Conforme al acuerdo, los inmigrantes tendrán que solicitar primero protección en ese país centroamericano, y que esta se les niegue, para poder solicitar asilo en Estados Unidos, según un alto funcionario de Seguridad Nacional.
El acuerdo con Honduras se concretó solo unos días antes del juicio programado en Manhattan en contra del hermano del presidente hondureño Juan Orlando Hernández por cargos federales de tráfico de drogas. En el curso de este juicio, el presidente hondureño podría verse involucrado en una investigación federal más amplia sobre posibles vínculos entre traficantes de drogas y funcionarios gubernamentales hondureños.
Guatemala también suscribió un pacto similar, aunque no ha sido ratificado por la legislatura guatemalteca y, al igual que los otros dos, no ha comenzado a aplicarse.
Si bien el gobierno de Bukele ha insistido en que su postura hacia Estados Unidos representa un giro fundamental, que su ministra de Relaciones Exteriores, Alexandra Hill, calificó de “180 grados” la semana pasada, algunos analistas en El Salvador y Estados Unidos consideran que el cambio ha sido, más que nada, de tono.
Otra medida de Bukele para romper con el pasado fue su decisión de criticar públicamente al presidente venezolano Nicolás Maduro y al nicaragüense, Daniel Ortega. Además, en una de sus primeras apariciones públicas tras su elección, dirigió un discurso en el centro de investigación Heritage Foundation en Washington.
Con todo, las bases de la relación bilateral, incluido el comercio y la cooperación en la lucha contra el crimen transnacional, no han experimentado cambios significativos, señalaron algunos analistas.
“Es verdad que la percepción del cambio ha sido enorme”, aseveró Geoff Thale, vicepresidente de programas de la oficina de Washington para América Latina. Sin embargo, añadió, “existen vínculos que, sin importar cuán diferentes sean los gobiernos, los siguen uniendo”.