En lo poco seco que hay en la Aldea Campur, San Pedro Carchá, Alta Verapaz, un grupo de personas se junta y eleva sus oraciones pidiendo que el agua se vaya. Eta los dejó inundados y Iota los puede terminar de hundir.
Eriberto Winter Vidaurre, que nació en Campur, se quiebra. Con las oraciones y rezos de sus vecinos en el fondo, agradece la ayuda material pero clama por ayuda espiritual: “estamos tristes, muy tristes realmente por todos nuestros vecinos que han perdido todo. Lo que más necesitamos ahorita es mucha oración para nosotros”
Las casas poco a poco desaparecen como si fueran una Atlántida. El agua no tiene manera de desaparecer. Un riachuelo se ha formado y es la que mantiene la laguna viva. En total, son 35 metros de agua los que ahogan a la aldea. El cacao y el café, sus principales cultivos, desaparecieron.
Cuatro rejoyas, es decir barrancos por donde generalmente corre agua, se empezaron a llenar, incluso, antes de Eta. Cuando el Huracán apareció hizo sumergir todo. A algunos les dio tiempo sacar sus cosas pero otros no.Los vecinos huyeron a las partes altas donde el gobierno puso siete albergues.
Carlos Humberto Coq es salubrista. Él se encarga de coordinar toda la ayuda médica a los daminificados. Enfermedades respiratorias, de la piel, diarreas y el temible coronavirus ya se hicieron presentes. El Centro de Atención permanente de Campur ya no existe y ahora hay apenas una carpa para tratar a los pacientes: “no tenemos donde ubicarlos” dice mientras señala la única camilla. “Con lo poco que se puede salvar a nuestros pacientes lo estamos haciendo de todo corazón” dice desolado, pero también satisfecho por servir al prójimo.
En Campur pasó algo similar hace 22 años. Hubo una inundación pero no se compara con lo que están viviendo. Algunos niños, en su inocencia, juegan con el agua que sigue corriendo sin detenerse. Los adultos con fe, como Eriberto, piden más oración para que el diluvio pase como pasó en la biblia.