Bajo una cabaña elaborada con palmeras secas y palos endebles, mujeres con trajes coloridos y hombres con ropas desgatadas –algunos con el rostro untado de carbón– forman un círculo mientras cantan y bailan briosamente al ritmo de golpes de tambores. A su vez, otros se juntan y se mueven también al sonido de la percusión.

Muy cerca de la choza ubicada en Nombre de Dios, unos 100 kilómetros al norte de la capital de Panamá, hombres disfrazados con enormes máscaras de figuras diabólicas danzan y hacen blandear látigos para infundir terror entre los presentes. Azotan a los hombres y mujeres que se atreven a bailar con ellos en una especie de desafío.
En este festejo que coincide con el miércoles de ceniza de la tradición católica y se realiza entre la población afrocolonial que habita esta remota comunidad de Panamá, los bailes y rituales se denominan “congos” y han cobrado mayor importancia cultural en el país centroamericano debido a que en diciembre de 2018 fueron designados como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

El baile congo, en esencia, rememora la rebeldía del esclavo negro hacia la opresión española en épocas de la colonia en el caribe panameño. Los ritos y las danzas tienen un tono burlesco hacia la opresión, pero se llevan a cabo con alegría.
No existe un consenso sobre el origen de la palabra “congo” para denominar a esta costumbre ni se tiene una fecha exacta de cuándo surgió. Quienes lo practican sólo tienen certeza de que se lleva a cabo desde que tienen memoria.
Los congos son “una alegría”, “una tradición”, agrega Aura Maria Solís, de 72 años y una de las dos mujeres que cantaba durante el festejo que presenció The Associated Press. “Desde que recuerdo, mi abuela y mi mamá bailaban congo… El congo es una especie de burla y la hacemos mujeres y hombres”, añade.
El festejo de los congos comienza antes del mediodía del miércoles de ceniza, cuando hombres y mujeres en jolgorio al ritmo de cantos y tambores recorren el poblado. Al recorrido le denominan ir a “Cerro Brujo”, aunque el cerro no existe como tal y el recorrido se realiza en la comunidad. En el jolgorio van mujeres que reparten licor en totumas, como se llama localmente a las vasijas.
Tras el recorrido se van al rancho en donde continúa los bailes.
Como se hace cada año, después del medio día el jolgorio sale en busca de los diablos, unos veinte hombres disfrazados y reunidos en una vivienda, y de allí todos se dirigen a la choza –que llaman “palacio”– rodeados de compañeras empolleradas y al ritmo de dos mujeres que cantan una pieza llamada “Diablo Tum Tum”, tradicional para ese momento.
Los hombres disfrazados de diablos realizan bailes y con látigos de sogas azotan a todo al que los desafíe en el baile, incluyendo mujeres que llevan pantalones debajo de las polleras para aminorar el dolor.
El festejo acaba al bajar el sol, cuando los diablos son bendecidos.