Para llegar al vetusto sótano que sirve de refugio antiaéreo en un barrio residencial del este de Kiev hay que pasar por una inestable puerta colocada sobre unas escaleras rotas.
Una vez dentro, los residentes prenden sus linternas para mostrar el espacio, que puede acoger a unas 350 personas. El panorama es desolador: montañas de basura bloquean la ventilación, no hay electricidad, y en la noche algunos vagabundos suelen adueñarse del lugar.
El sótano, construido para ser un refugio antiaéreo durante la Guerra Fría, debería sin embargo contar con dos accesos, tener reservas de agua, baños y ventilación.
Pero tras un año y medio de guerra, es, como muchos otros de la capital, inutilizable.
“Si se restaurara, podríamos alojar en él a 350 personas, lo que equivaldría a dos bloques de viviendas”, dice, molesta, Kateryna Chylo, una madre de 42 años que vive en una calle cercana.
Frustración
La frustración de los habitantes es palpable. El 1 de junio, una madre y su hija de nueve años murieron en un barrio aledaño mientras esperaban que abriera un refugio en medio de un bombardeo ruso.
El resguardo estaba cerrado a pesar de que se había activado la alerta antiaérea nocturna. Desde entonces, las autoridades anunciaron esfuerzos para restaurarlos.
Mejor en casa
El refugio, de 234 metros cuadrados y construido en 1982, lo tenía todo. Había “camas superpuestas y máscaras antigás”, recuerda Ganna Skirsko, de 67 años, que conoció el lugar en la época soviética.
Un responsable del barrio, Pavlo Babii, aseguró en una carta a un residente que la renovación era “económicamente inviable” porque costaría 1,8 millones de grivnas (unos 49 mil dólares).
En el oeste de la capital, en la avenida Beresteysky, hay otro refugio, mucho más limpio. Pero su sistema de ventilación tampoco funciona y sus baños están rotos. En las paredes, el moho se extiende poco a poco.
Antes de la guerra, el refugio servía para almacenar de todo. Los habitantes decidieron limpiarlo e instalar algunos muebles, explica una de ellos, Anna Borychkevytch, de 30 años.
Cuando resuenan las sirenas, sigue bajando al lugar con algunos vecinos. Pero la mayoría ya no viene por la insalubridad, asegura.