Hambriento de más éxito, Lewis Hamilton dio un giro a sus preparativos para la temporada en que buscará un sexto título de la Fórmula Uno.
El británico devoró golosinas, no tanto por su sabor sino por los efectos que éstas tendrían en su organismo.
La ingesta de grasas y la realización de trabajo adicional de gimnasio para convertirlas en músculo derivaron en que Hamilton volviera a la pista más robusto que nunca.
Su cuello, su pecho, sus brazos lucen más voluminosos.
No fue el único piloto de la F1 que relajó la dieta después de un cambio en las reglas eliminó las ventajas de ser más esbelto.
“Durante el invierno y en el receso, pude comer lo que quise, panqueques y Cheetos, todo eso. Pero me mantuve muy activo”, contó Hamilton durante las pruebas de pretemporada en el circuito de Barcelona-Catalunya. “Durante el último mes o algo así he estado mejor. Mi grasa corporal ha bajado y uno apunta a tener músculos más eficientemente definidos. No trato de ser Hulk. Hace falta tiempo para poner a tono los músculos, pero ha sido grandioso comer porciones más grandes”.
Los pilotos más pesados se habían quejado de la regulación anterior de la F1, que contaban el peso de un piloto junto con el del bólido.
Las reglas de 2019 señalan que el peso de un piloto debe ahora considerarse por separado respecto del vehículo. El piloto y el asiento del auto deben pesar ahora un mínimo de 80 kilogramos (176 libras). Ello significa que las escuderías están obligadas a añadir peso en el habitáculo si el piloto es demasiado ligero.
Hamilton, de 34 años, figura en la página de internet de Mercedes con un peso de 68 kilogramos (150 libras). Dijo que había ganado más de 1,8 kilos (cuatro libras) de masa muscular mediante distintos regímenes de entrenamiento.
Una mayor masa muscular ayuda a que los pilotos soporten las exigencias del automovilismo, incluida la de lidiar con las fuerzas G que los presionan cuando toman curvas a alta velocidad.