De noche, sobre el asfalto de Brownsville en Texas, migrantes buscan un lugar cómodo para pernoctar. Han cruzado la frontera desde México, adelantándose a un anunciado cambio en las regulaciones estadounidenses que podría complicar a los que vienen detrás.
“Estábamos con mucho miedo porque dicen que después del 11 de mayo no te van a dejar pasar”, explica Dasling Sánchez, una venezolana de 28 años. “Nosotros nos lanzamos primero porque no teníamos los recursos económicos para quedarnos” en México y “por el miedo a ser deportados”.
Ahora descansa sobre unos cartones junto a sus dos hijos al lado de una estación de combustible en Brownsville, una quieta ciudad fronteriza que se ha visto colmada recientemente por cientos de migrantes.

Este jueves está previsto que Estados Unidos ponga fin al Título 42, una medida heredada de la era Trump que, desde la pandemia, ha permitido a las autoridades deportar o rechazar a migrantes sin siquiera aceptar sus solicitudes de asilo.
Aunque su derogación hace temer un aumento en el ingreso irregular por el sur de Estados Unidos, hay quienes piensan que más bien podría complicarlo.
Por ahora cientos de personas son traídas en buses diariamente a Brownsville, luego de haberse entregado días antes a la patrulla fronteriza, que las retuvo y procesó en un centro de detención.
Tras recibir un promedio de 100 migrantes diarios desde inicios de año, en las últimas dos semanas “los números regularmente son entre 700 a 1.000 personas por día”, cuenta Mayra Paredes, voluntaria de la organización humanitaria Team Brownsville, que los apoya con ropa y alimentos.
Andan en grupos y a pie en una ciudad donde la mayoría usa auto y, aunque muchos son de Venezuela, también hay colombianos, centroamericanos y asiáticos. Un escenario similar se vive en ciudades como El Paso.
A Eagle Pass, más al norte, son llevadas mayoritariamente mujeres que luego van a Brownsville a reencontrarse con los suyos.
Algunos dicen que demostraron tener un “patrocinador” residente en Estados Unidos para entrar. Otros cuentan que entraron mientras su pedido de asilo es revisado por un juez.
Aún sin rumbo fijo o mientras esperan a algún familiar, decenas pasan la noche en los alrededores de la estación de buses La Plaza, en el centro de la ciudad. Los albergues no se dan abasto.
Y tras haber vencido la selva y la delincuencia durante su peregrinaje por al menos media docena de países de América Latina, en suelo estadounidense los peligros siguen.
El domingo ocho personas, la mayoría migrantes, murieron tras ser atropelladas por un vehículo cerca de un albergue. Uno de los sobrevivientes dijo que, antes de embestirlos, el conductor los insultó, aunque la policía investiga si fue intencional.