El papa Francisco llega esta semana a Panamá en su primera visita a Centroamérica no sólo como el líder de los católicos, sino como una de las principales figuras en la defensa de los migrantes, uno de los temas más candentes en la política global.
Francisco, que es hijo de emigrantes italianos en Argentina, ha hecho de esta causa una de las prioridades de su pontificado y será el tema central de su mensaje durante la Jornada Mundial de la Juventud. La cita coincide con la salida de una nueva caravana de migrantes que avanza rumbo al norte y con la obstinación de Donald Trump por reforzar el muro fronterizo con México, un debate que mantiene cerrado al gobierno estadounidense.
El énfasis del pontífice argentino en la necesidad de apoyar a quien emigra ha servido de enorme inspiración a sacerdotes, monjas y laicos cuya labor a favor de los migrantes ha intentado llenar el vacío, la indiferencia o incluso la hostilidad de las autoridades en ocasiones también las eclesiásticas hacia este sector de la población.
“Nos ha costado mucho, incluso dentro de la propia Iglesia, convencer de que precisamente acompañar a los migrantes es parte de la labor de la Iglesia”, afirmó en conversación telefónica Lidia Mara Souza, coordinadora de la Pastoral de Movilidad Humana en Honduras.
“Pero el papa nos ha apoyado mucho y creo que ahora viene a ayudarnos, tiene que recordar a los políticos que se declaran cristianos, que lo sean de verdad”, añadió la monja scalabriniana, la orden religiosa que tiene como vocación la protección de los migrantes y está presente en todo este corredor migratorio.
En las últimas décadas, el viaje desde Centroamérica o México a Estados Unidos se ha vuelto más duro: las mafias lo controlan, los abusos se multiplican y surgen los brotes de intolerancia contra quienes recorren hasta 5.000 kilómetros con poco más que sueños en sus mochilas.
Sin embargo, a lo largo del trayecto aparecen manos amigas vinculadas a la Iglesia Católica que les ofrecen techo o un plato de comida.
El fenómeno de las caravanas, al que de momento no se le ve fin, está poniendo a los albergues al límite de sus capacidades.
Jairo Reyes, un migrante de 31 años que viaja en la actual caravana, tuvo que dormir el fin de semana sobre unos cartones en un parque debido a que ya no había lugar en la Casa del migrante de Tecún Umán, la ciudad guatemalteca fronteriza con México.
Reyes es evangélico pero está muy agradecido con el albergue católico porque le regalaron un carrito para su bebé de dos años, que antes tenía que llevar en sus brazos.
El pontífice ha predicado con el ejemplo. Durante una visita a un campo de refugiados en la isla griega de Lesbos decidió llevarse al Vaticano a una docena refugiados sirios. Su primer viaje como papa fuera de Roma fue a Lampedusa, la isla italiana que se convirtió en ‘zona cero’ de la crisis de refugiados que cruzan el Mediterráneo.
Ante la promesa del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de ampliar el muro fronterizo con México, el papa no dudó en declarar que esa postura “no es cristiana” y que lo que deben construir los verdaderos cristianos son puentes, no muros.