En la populosa barriada habanera de Luyanó, cuadrillas de obreros estatales tratan de restablecer la luz o las líneas telefónicas mientras vecinos preparan cemento para reparar sus viviendas y jóvenes voluntarios venidos de diferentes partes de la ciudad entregan bolsas con ropa, comida o botellones de agua. Hace una semana pasó por aquí un devastador tornado.
Una escena que podría ser común en otros países, la combinación de auxilio estatal con la ayuda de particulares para apoyar a los damnificados de un desastre, en Cuba es algo prácticamente inédito.
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La isla, que anualmente sufre el paso de poderosos ciclones, ha vivido desde el triunfo de la revolución de 1959 un modelo centralizado, caracterizado por un férreo control estatal de cualquier labor de auxilio y que muestra orgullosa la rápida acción de su sistema de Defensa Civil.
Pero después del paso del tornado que la semana pasada afectó a miles de personas en cinco municipios de La Habana, algo cambió. De manera espontánea o convocados entre sí por las redes sociales que algunos en la isla recién estrenan la gente salió a apoyar a los damnificados.
Desde que el tornado con vientos de 300 kilómetros por hora pasó el domingo 27 de enero, dejando seis muertos, cientos de heridos y al menos 3.800 viviendas destruidas, artistas, pequeños empresarios, dueños de talleres, comunidades religiosas y ciudadanos comunes comenzaron a recolectar donaciones y llevarlas a los barrios más afectados.
En el Caribe, área de los ciclones que desatan estremecedoras crisis humanitarias, Cuba históricamente logró evitar muertes, proteger a la población y brindarle servicios básicos. En cambio, su capacidad para proporcionar viviendas adecuadas a largo plazo es menos eficiente.
Algunos artistas llegaron hasta las áreas dañadas y ofrecieron conciertos para recaudar dinero. En otros sitios, dueños de restaurantes o dulcerías se presentaron con productos o sencillamente personas se presentaron a colaborar de manera individual.